¡Muera el arte! ¡Viva la denuncia!

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Es complicado quitarse de la cabeza el atentado de lesa justicia que se cometió hace ahora siete días contra Jammie Thomas, una norteamericana de 30 años a quien el jurado de un juzgado de Minnesota condenó a pagar 158.000 euros por compartir ¡24 canciones!

Las compañías vencedoras Capitol/EMI, Sony BMG, Arista, Interscope, Warner Bros y UMG estaban exultantes: este caso era el primero en que alguno de los 22.000 ciudadanos denunciados por la RIAA (asociación de la industria del disco) se negaba a pagar, iba a juicio y perdía. ¡Castigo ejemplar!

No es cosa de abundar en lo obsceno de un proceso donde grandes compañías oligopólicas lanzan batallones de abogados de la más alta cuota contra un letrado de barrio alquilado malamente por una mujer en paro. Ni en lo absolutamente desproporcionado de la multa. Es un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad.

Más allá de la debacle personal de la señora Thomas y de los brindis de los ejecutivos, asistimos a una de las batallas culturales más delirantes que se recuerdan. Según la misma industria y las entidades de recaudación de derechos, son más de 60 millones de personas las que han delinquido en EEUU, compartiendo archivos musicales o visuales de todo tipo. La mitad de la población.

Siguiendo la lógica aplicada en este caso y el nivel de denuncias existente, llegaríamos a que un porcentaje muy notable de los estadounidenses está bajo la espada de Damocles y puede ser denunciado, amenazado y finalmente expoliado de común acuerdo, si se le ocurre compartir unos cuantos cientos de canciones o algunas películas.

aquí viene al pelo recordar unas declaraciones recientes de The Sea and Cake, gran grupo de pop originado en Chicago en los noventa y donde todos sus miembros son también artistas visuales: “La situación es rara. Por una parte, si no vendemos discos, es ruinoso producirlos y editarlos. Por otra, somos plenamente conscientes de que quienes comparten nuestras canciones no son otros que quienes compran nuestros discos y vienen a nuestras actuaciones. Sería muy injusto y absurdo salir a escena echándole una bronca al público o amenazándole con denuncias. Así pues, operamos de otra manera: en los CD incluimos varias de nuestras fotos. Es un valor añadido y una forma de agradecimiento”.

No serán los triunfadores del caso Thomas, para quienes el nuevo modelo de negocio musical consiste en la extorsión de sus propios clientes (100 millones de dólares hasta el momento), pero hay quien aún mantiene un mínimo de sensibilidad y cordura. La mayoría, creo yo.

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