Objetivamente, subjetivo: Qué fue del prohibido, prohibir

Hace unos días Adrián Vogel, antiguo responsable artístico de una de las mayores discográficas del país comentaba en su blog (http://elmundano.wordpress.com) “¿Dónde está el periodismo de investigación?”. Venía a colación por los datos facilitados por Pérez Rubalcaba a propósito de la labor realizada por el candidato a Presidente de Gobierno Sr. Rajoy, durante su estancia al frente del Ministerio del Interior. Vogel en su texto, mencionaba como, el hoy partidario de suprimir el canon digital, se las gastaba al frente de la seguridad y legalidad del Estado. Al plantearle el problema de la invasión del top manta en España en una reunión, con representantes de los distintos sectores que conforman la industria de la música, le restó importancia, mientras se fumaba un puro: “mejor eso a que se dediquen a otras cosas”.
No sólo hay que hablar de periodismo combativo, también hay que hacerlo de otros actores que han tenido un papel muy importante en todos los procesos de cambio, y que hoy nos preguntamos ¿dónde están?. La cultura crítica, el pensamiento independiente parece que han desaparecido en pos de no se sabe, o sí, que fomenta, mantiene y perpetua ciertos, para unos más que para otros, privilegios que les hacen renunciar a casi todo y a expresarse con determinación.
Cuando echamos un vistazo a las revistas culturales que encontrábamos en nuestros quioscos, en los setenta y ochenta, podemos comprobar el retroceso informativo-cultural que padecemos.
Star, Ajoblanco, El Viejo Topo, AU, Ozono, Sal Común, Vibraciones, Disco Express…, podían competir, y superar en atrevimiento a las revistas de información general. Hablaban poco de la política habitual, pero los contenidos de sus números eran mucho más políticos que los que aparecían en las “normales”. Sí podemos calificar de ese modo a Cuadernos, Cambio 16 o Triunfo, auténticas escuelas informativas que devorábamos con pasión, aunque muchos de sus contenidos, por nuestra corta edad, no llegáramos a entenderlos. Todo ello formaba parte de nuestro “Cuéntame” particular, donde la aventura, las ganas de ligar y un cierto protagonismo inundando de un lenguaje propio y particular, formaba parte de nuestras vidas que queríamos cambiar en primer lugar desde lo más próximo.
De la vida cotidiana, de lo que nos importaba por su cercanía, se ocupaban aquellas revistas culturales. Hablaban de música, teatro, cine, literatura, poesía, comic…, pero también de drogas, sexo, comunas, ocupaciones, psiquiatría, cárceles. Descubrimos otros mundos y aprendimos que la militancia social es fundamental. Pudimos conocer que las propuestas de Timothy Leavy, Los Panteras Negras, Las Wichs y otros locos americanos, habían conseguido transformar más su país que todos sus presidentes juntos. Percibimos que el Mayo francés, y el mexicano, surgió en contra de los criterios de la izquierda, convencional y radical, que se opuso a esos locos estudiantes imbuidos de ideas y consignas situacionistas que tomaron la Universidad, pero sobre todo las calles, sin la aprobación de la burocracia política y sindical. Algunos, pocos, pensadores y críticos debatían con ellos los acontecimientos. De aquel espíritu, de aquella realidad, ¿qué queda? Poco o casi nada. Ante una apuesta como la emprendida por el Presidente Zapatero para lograr la paz en Euskadi no se ha visto a casi nadie saliendo a apoyar aquella oportunidad única. Tampoco en los procesos de regulación de miles de ciudadanos y ciudadanas procedentes de los más diversos lugares. No vimos a la cultura apostando por conseguir la paz más cercana y llamando a la cooperación y el entendimiento entre todos los pobladores de esta Península. No se atrevió ante los embistes de la derecha más reaccionaria y la iglesia más retrógrada. No estamos hablando de cambios radicales, ni de sistema, sino de transformaciones democráticas, de profundización de derechos y libertades, de moverse por la paz. Parece ser que el único “compromiso posible” es hacer proclamas electorales, salir en defensa o en contra del canon digital o de nuestro cine.
La crítica de la vida cotidiana ha dejado de interesar a creadores y pensadores. Hoy más que nunca echamos de menos aquellas publicaciones que nos mostraban aquello de “está prohibido, prohibir” que nos ilusionaba y alimentaba nuestras utopías.

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