Cuando vayas a Madrid Chulapa mía, voy hacerte emperatriz de Lavapiés

Las cosas casi nunca ocurren por casualidad y lo acontecido la noche del 29 de febrero en las calles del distrito madrileño de Centro, no es ni mucho menos fruto del azar. Los medios de comunicación han recurrido, como casi siempre, a la simplicidad del “enfrentamiento entre grupos radicales”. Un simplismo basado en el desconocimiento y la realidad de una zona, seña de identidad de la capital.

Galdós en los Episodios Nacionales ya comentaba que La Latina “era el barrio madrileño más republicano” donde el progresismo intelectual y laboral se daban cita en tabernas, bodegas, fondas y chatarrerías. El antiguo Avapiés creció en la judería capitalina, los más humildes no podían salir de los límites de la misma. Con las expulsiones de los Reyes Católicos tuvieron que emigrar al norte de África, para ir retornando con posterioridad poco a poco, asentándose una población mestiza desde aquellos años. Al día siguiente de la rebelión del 18 de julio, militantes falangistas acribillaron a los vecinos que paseaban tranquilamente por sus calles desde la terraza de las Escuelas Pías. Durante los años de dictadura fue una zona totalmente abandonada a su suerte, sin apenas servicios y con una población hacinada en minúsculas “casas”. Aquella dejadez permite que hoy en la Plaza de Cabestreros permanezca todavía una fuente con la inscripción “República Española”. La llegada de la democracia produjo cambios, pero no los suficientes para equiparar su calidad de vida a la de la mayoría de los habitantes de la ciudad. La carencia de equipamientos deportivos, sanitarios y asistenciales eran y son insuficientes.

La población fue envejeciendo y poco a poco empezó a establecerse una importante población emigrante, sobre todo magrebí y asiática. Los comerciantes de esta última región fueron autorizados para crear establecimientos mayoristas convirtiendo la zona, con la bendición municipal, en un gran polígono industrial en el distrito nº1 de la ciudad. Los embalajes vacíos de las mercancías se amontonan en aceras donde la limpieza urbana es exigua ante tanto comercio al por mayor. Algo totalmente inexplicable en cualquier otra capital europea. La Navidad tiene menos trascendencia que el Ramadán o el Año Nuevo Chino. En paralelo jóvenes alternativos, culturales y okupas se establecen en el barrio o realizan allí sus actividades. Surgen múltiples iniciativas autónomas, independientes y la apertura de espacios para el ocio y la cultura nada convencionales. Posteriormente se van acercando profesionales de la comunicación y la cultura, incluso algunos diputados, evidentemente no conservadores. La zona es un ejemplo de tolerancia, pluralidad, diversidad y respeto. Como se puede comprobar en sus calles y en las actividades programadas; fiestas populares, Noches de Ramadán, Año Nuevo Chino... Los problemas más conflictivos son los habituales de cualquier otro lugar de una gran ciudad. En los últimos tiempos, según se comenta en diferentes foros de Internet, la policía municipal ha efectuado redadas, uniformados o de paisano, realizando inspecciones de dudosa legalidad. Se insinúan extorsiones a camellos, todo ello dentro de una campaña de “limpieza” con claros tintes especulativos. Realidad de un barrio que ha salido, históricamente, adelante por el esfuerzo de sus moradores y que ahora quieren rentabilizar los especuladores de siempre.

Cualquiera en Madrid conoce esta realidad, por eso la convocatoria de un acto electoral de organizaciones neonazis sólo puede ser una provocación a los habitantes de un barrio que lo único que pretenden es vivir de la mejor manera posible y afianzar la convivencia de una sociedad tan plural y compleja. Su autorización no puede justificarse por un derecho democrático. Es un acto provocativo, con el objetivo de violentar la convivencia y los derechos, fomentando odio y enfrentamiento. En la Plaza de Tirso de Molina, lugar de la “convocatoria electoral”, todos los días se reúnen varias decenas de subsaharianos. Allí se encuentran las sedes de la CNT y del Club de Amigos de la Unesco. En la plaza comienza la calle Mesón de Paredes donde los senegaleses tienen sus lugares de relación. La realización de un acto de estas características es un riesgo seguro para personas y establecimientos. Recordar que en una de las últimas concentraciones fascistas, el joven Carlos Javier Palomino Muñoz fue asesinado, precisamente, en el metro de Lavapiés. Ocurrió el pasado mes de diciembre.

No tiene justificación que el Estado prevenga todo tipo de posibles enfrentamientos en cualquier lugar y en el distrito Centro de la capital no se haga nada por impedirlo. No se entiende que se ilegalice a unas fuerzas políticas por su implicación en actos violentos y otras puedan pasearse a sus anchas por algunas ciudades-feudo de gobiernos conservadores, amedrentando a la población. El consentimiento de este tipo de actos no debe enmarcarse en un derecho democrático; tiene que ver con la estrategia de crear confrontación en la calle, unida a una actividad comercial al por mayor, autorizada, molesta para todos los vecinos. La falta de servicios suficientes, la escasa limpieza, el intento de promover el choque entre diferentes comunidades, promovido por mensajes electorales claramente xenófogos, tienen un objetivo definido: convertir la zona en un hervidero que beneficie a intereses inmobiliario-especulativos. En este contexto hay que enmarcar lo acontecido, lo demás es solo parte de una realidad sesgada.

La especulación quiere acabar con aquel “Madrid” que cantaba Agustín Lara, cuando todavía nunca había viajado a España. Un tema fruto de un amor secreto con una actriz granadina, residente en la calle Caravaca 9, que visitó México cautivando al singular galán:

“Cuando vayas a Madrid chulona mía,
Voy a hacerte emperatriz de Lavapiés
Y alfombrarte con claveles la Gran Vía
Y a bañarte con vinillo de Jerez”.

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