Etelvina se nos fue de fiesta


El pasado martes 26 de enero fallecía en Cartagena de Indias Etelvina Maldonado, una de las máximas representantes del bullerengue, género originario del Caribe colombiano. Tras su cuerpo frágil se escondía una voz portentosa, inmensa, que a nadie dejaba indiferente. Formaba parte de ese selecto grupo de artistas femeninas afrocolombianas que han ido dejando su impronta por los mejores escenarios del mundo como Totó la Momposina o Petrona Martínez y otras prácticamente desconocidas para nosotros como Eulalia “La Yaya” González, Martina Balseiro, Etelvina Escorcia, La Nena Calvo, Santos Valencia o Eustaquia Amaranto.

El bullerengue es un baile cantado que se remonta a los años de la ocupación española, a la sociedad esclavista donde el negro comienza a sustituir al indígena en los trabajados más duros por su capacidad de triplicar el rendimiento debido a múltiples abusos y a enfermedades contraídas, por el contacto con los colonizadores que diezmaron de manera considerable su fortaleza física, llegando en algunos lugares al exterminio de la mayoría de la población nativa. Triste realidad amparada por la jerarquía de la Iglesia Católica que se convirtió en el arma ideológica de tan siniestra conquista.

El bullerengue es uno de los géneros de la cultura negra del Caribe Colombiano que se acompañan con palmas, múltiples improvisaciones, donde coros y percusiones son parte esencial del mismo. Es típico de la región Caribe occidental colombiana en su parte litoral e inmediaciones y también de la panameña Del Darién. Se trata de una danza básicamente femenina que simboliza la fecundidad, algunos musicólogos comentan que las jóvenes inician este baile cuando llegan a la pubertad, mientras que Edgar H. Benitez en su magnífico trabajo “Huellas de la africanía del bullerengue. La música como resistencia” mantiene que “estos coros los realizan en su mayoría mujeres con edades que oscilan entre los 40 y 80 años, son coros que han sido tallados por la rudeza de la vida campesina, voces fuerte y muy sonoras; esto exigía que solo las mujeres paridas hicieran parte de los grupos de bullerengue”. También existen bullerengues fúnebres y festivos como los que se conservan en Mahates, en la región de Bolívar.

Etelvina se desvaneció en su casa alrededor de las 15 horas, siendo atendida por varios servicios médicos que nada pudieron hacer por su vida, diagnosticándola problemas respiratorios. El próximo 26 de abril cumpliría 76 años. Nació en la pequeña localidad de Santa Ana en la isla de Barú en la Bahía de Cartagena como otras ilustres cantadoras como Juana Cortés, Rufina Sierra, Úrsula Cota o María Medrano, considerada la reina local del bullerengue. Santa Ana era un lugar que nada tiene que ver con el despegue turístico que vive en la actualidad. Sus playas de arenas blancas, aguas transparentes, corales y restos de poblaciones nativas configuran un universo muy singular en vías de extinción motivado por una política turística que ha originado desplazamientos de la población nativa hacía zonas marginales de Cartagena. Sucesos que ha originado múltiples disputas y pugnas legales sobre la propiedad de unas tierras que fueron entregadas a los habitantes nativos en el siglo XVI, mediante una célula real, y que en la actualidad es un motivo de conflicto entre los descendientes de aquellos pobladores y la industria turística, apoyada por grandes familias económico-políticas, que pretenden apropiarse de las mismas para desarrollar mega proyectos para satisfacción del turismo extranjero.

Allí comenzó La Telvo, como las cantadoras denominan a Etelvina, a bailar y cantar. Lo hacía acompañando a su madre, Francisca “Pacha” de la Hoz Cardale, en las sesiones habituales de bullerengue. Desde niña tuvo que trabajar lavando y planchado por casas, actividades que interrumpía cuando la música surgía de cualquier rincón acompañándola con cantos y bailes. Acudía a todo tipo de fiestas ya fueran de carnaval, patronales, paganas o religiosas.

A las cinco de la mañana se ponía en pie para seguir a su madre a vender frutas en el mercado cartagenero de Getsemaní. A los quince la familia abandona Santa Ana para trasladarse a La Matuna una zona muy humilde de población negra y después a Olaya. Una época en que su pasión por el bullerengue no le impide disfrutar de los tangos de Carlos Gardel y la música mexicana de Jorge Negrete, Javier Solís y sobre todo Tito Guizar, el galán favorito de casi todas las cantadoras. Poco después se fugó con su primera pareja con la que tuvo cinco hijos a los que tuvo que sacar adelante cuando se separaron.

En Necoclí (Antioquía) conoció a su marido, Humberto Salgado, con el que tuvo otros cinco descendientes. Allí comenzó su actividad musical regular acompañando a la gran cantadora Santos Valencia, de la que desgraciadamente no quedó registrada ninguna de sus interpretaciones. Compartió escenario con Totó la Momposina, regresando a Cartagena cuando Santos falleció. Formó parte de grupos como Arboletes (Antioquia), Kasabe (Cartagena), colaborando en la grabación del disco Alekuma de Leonardo Gómez y en el grupo del mismo nombre. Hasta principios de este siglo no formó su propia agrupación musical al ser descubierta por Stanley Montero que la puso en contacto con Rafael Ramos, uno de los grandes gestores culturales del país, impulsor y difusor de las músicas del Caribe, que desde entonces la promovió a los mejores escenarios, produciendo sus grabaciones que forman hoy parte de la historia musical del país. Era una de las artistas invitadas a la edición de este año del festival La Mar de Músicas (Cartagena-España) el próximo mes de julio. Con ella ha ocurrido lo mismo que los viejos soneros cubanos, ha llegado su reconocimiento en el ocaso de la vida. Su aportación musical forma ya parte del enorme patrimonio intangible de la humanidad con el que cuenta Colombia, al que han contribuido artistas como La Tambora el Paso, Son Palenke, Los Corraleros de Majagual, Batata y Las Alegres Ambulancias o Los Gaiteros de San Jacinto entre otros.

Cantos, danzas y tambores la despidieron el miércoles en el Centro Cultural Las Palmeras de Cartagena de Indias. Petrona Martínez, Tambores de Cabildo, Martina Camargo, Cristina Mendoza, Las mujeres de mi tierra, Esforinca, El Colegio del Cuerpo, Viviano Torres, Justo Valdés y Son Palenque, Boris García, David Cantillo “Malpelo”… fueron algunos de los que participaron en su despedida. Hasta las 23.30 duró el homenaje institucional que se prolongó en privado hasta las cinco de la madrugada con los cantos de Maríalabaja, Puerto Escondido, Moñitos y Turbo, y la propia Petrona interpretando los cantos favoritos de la fallecida y algunas de sus composiciones.

Etelvina mantuvo que no se la guardara luto. Reclamó nueve noches de velorio donde deberían montarse varias partidas de dominó y después de un par de misas todas y todos a bailar. Un entierro musical con gaitas, vientos, bullerengue… y una botella de ron, de Medellín, en el ataúd. Tras su cuerpo frágil, pequeño, humilde, se escondía una de las artistas más grandes de Colombia, de toda América Latina y del mundo. Te recordamos y admiramos a miles de kilómetros.

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