La cacerolada no fue en Granada

Es fácil comprender la movilización de la jerarquía de la Iglesia Católica el pasado domingo en Granada. La convocatoria realizada por un par internautas para realizar una “cacerolada” movilizó a autobuses desde diversos puntos de Andalucía y, lo más preocupante, a la prensa acólita, que no tuvo el más mínimo interés en contrastar si dicha convocatoria era real o solamente una posibilidad imaginada de algún ciudadano y/o ciudadana lo suficientemente cabreados por los comportamientos y declaraciones de los máximos representantes eclesiásticos de nuestro país.

Se les nota muy nerviosos, no es para menos, utilizando todo un poder, que sufragamos todos y todas, para intentar mantener privilegios que tienen más que ver con el Medievo que con una sociedad como la actual. Caceroladas y otras acciones similares están bien pero no dejan de ser anécdotas si detrás no hay un compromiso claro, evidente y activo. Es iluso pensar que un grupo de internautas que nos hemos conocido en La Red, por la indignación de las palabras del arzobispo de Granada, vayamos a encabezar una serie de movilizaciones en la calle. Nos gustaría, pero sabemos de su inviabilidad actual, pero que no nos tomen por ignorantes e ilusos.

Pretendemos que la justicia actúe que es quien debe hacerlo. Nosotros hemos tenido la osadía de difundir unas lamentables declaraciones que habían tenido una mínima repercusión. Nuestra acción virtual ha tenido como respuesta una movilización pastoral y mediática desproporcionada que manifiesta el temor en el que están instalados.

Debería preocuparles no las cerca de treinta mil personas que nos hemos unido en una red social en apenas quince días, sino la indignación y la manera de expresarse de la mayoría de sus integrantes. Si la jerarquía católica española fuera parecida al del resto de las jerarquías próximas, estaríamos hablando de otro debate. Pero no es posible. Son la continuación a una triste historia que se remonta a la expulsión de judíos y musulmanes, al expolio y aniquilación de América Latina o al apoyo y justificación de la dictadura fascista, con asesinatos y secuestros de niños incluidos. Es su crónica, una lúgubre historia que a muchos creyentes indigna y lamentan.

Intentan imponer sus creencias de manera persistente, con un lenguaje agresivo que ni los no creyentes, ni los ateos, se atreven a utilizar. Son un muy mal ejemplo, sobre todo para los y las que creen. Lo hacen conscientes que el populismo da réditos. Saben que la sociedad española cada vez está más alejada de ellos e intentan atraerse a una buena parte de la emigración. Conocen que en América Latina las iglesias evangélicas cada vez están más instauradas. Nuevas formas de evangelizar y los telepredicadores están recogiendo la semilla de años. La teología de la liberación mantiene su implantación y credibilidad y la Iglesia católica española se sumerge en una nueva cruzada evangelizadora aprovechando para ello las dificultades que para muchos supone emigrar y más en tiempos inciertos. Es la iglesia triunfal que amparó a dictadores, incapaz de pedir disculpas por las aberraciones que pervivieron y justificaron con su amparo y/o silencio.

Realidad que la mayoría de los medios de comunicación muestran de manera superficial y anecdótica cuando no de forma lamentable. Su responsabilidad social parece haber pasado a mejor vida. Su prestigio como profesión está en entredicho, convirtiéndose en servidores leales del poder económico. Incapaces de contrastar y cotejar nada, más fácil ahora que nunca, han abandonado la búsqueda de la realidad y las opiniones dispares para refugiarse en Don Google, evidenciando que su responsabilidad social se está extinguiendo y la única preocupación son los ingresos de anunciantes e instituciones. El trato que recibe la Iglesia católica es de un privilegio desmedido si lo comparamos al que se dispensa a gobiernos, partidos políticos o jueces.

Los responsables mediáticos conocen que la Iglesia es intocable, sus prebendas se mantienen o aumentan sin importar el color del partido gobernante. La reciente fotografía del Presidente de la Conferencia Episcopal con los mayores empresarios españoles refleja su fortaleza, el miedo político y mediático hace incuestionable su económico-religioso-institucional. Solo determinados medios, la mayoría digitales, intentan mantener un cierto rigor sobre estos temas.

La Red ha tomado un protagonismo que debería hacer reflexionar a todas y todos. Ser conscientes de su importancia pero también que una utilización desproporcionada de ella, un híper activismo virtual dejará de tener sentido ahuyentando a los internautas más activos. Reflexión de la que deberían no ausentarse partidos políticos y organizaciones sociales. La mayoría de ellos desconfía de movimientos autónomos y autogestionados.

Organizaciones basadas en las estructuras primarias de los partidos obreros de finales del siglo XIX, con escasa evolución interna y con pocas posibilidades de participación real y efectiva desconfianza de estas nuevas iniciativas y modelos de intervención. Su escepticismo relega a la actividad no organizada, ni controlada por los y las dirigentes de las asociaciones convencionales. Con capacidad para teorizar sobre el papel de esta nueva militancia, no se valora, reconoce y posibilita su participación. Conscientes de esta nueva realidad pero sin imaginar que pequeñas acciones concretas pueden abrir muchos abanicos novedosos e imaginativos con proyección general.

En una sociedad tan global, lo local tiene una importancia capital para no sucumbir ante una homogenización impuesta. Muchas pequeñas actuaciones unidas crearan un universo expansivo al que están ajenos los detentadores del poder. Deberían reflexionar sobre ello para evitar que su abandono con la realidad siga aumentando.

Las caceroladas no son físicas, son emocionales. De las emociones surge la indignación, de esta la acción y la participación. En los últimos días muchas caceroladas se están produciendo en nuestro país protagonizadas por aquellas y aquellos que no queremos una España Negra. Caceroladas primarias que surgen desde lo más profundo, provocando una reacción imparable, como los deseos de que todas y todos los ciudadanos y ciudadanas seamos iguales sin privilegios por nuestros uniformes, educación, creencia y procedencia.

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