Música colombiana: una realidad desconocida (V)


Reveladora es la labor que se realiza desde la Red Nacional de Festivales de Músicas Tradicionales Colombianas. Se trata de un proyecto joven impulsado desde la entidad civil Corporación Laboratorio Cultural para intentar aglutinar, realizando un trabajo común en red, a los cerca de quinientos festivales dedicados a las músicas tradicionales. Como comenta la antropóloga Ana María Arango “Los festivales en Colombia son diversos y heterogéneos y todos ellos cumplen un rol fundamental como cohesionadores sociales”. Es evidente que la música tradicional va más allá de la propia difusión, teniendo más trascendencia de lo que se visualiza a simple vista, reflejándose en buena parte de la misma un mestizaje fruto de la colonización española y de la fusión con las poblaciones nativas. Aquel choque produjo una fractura en las sociedades locales para posteriormente construir un mundo cultural único e inherente, con identidad, que se refleja de manera especial en la música. Certeza que se manifestó hace más de un año en la movilización indígena que procedente del Cauca culminó en la capital, recibiendo la solidaridad de bogotanos y el silencio mayoritario de los medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales. En la marcha pacífica la música tuvo una labor cardinal para su difusión.

Significativa es la labor realizada por las mujeres. Totó La Momposina abrió la puerta de la mano de Peter Gabriel para mostrarnos la riqueza de la música afrocolombiana. A pesar de que la Iglesia Católica, al servicio de la conquista del continente, intentó la desaparición de cualquier tipo de identidad procedente del continente negro, es evidente que con la música no lo logró. En 1573 se dictó una orden por la que se impedía que cualquier “negro o negra se juntaran para cantar y bailar”. Aquellos cantos y bailes hoy forman parte del bullerengue, contando con un significativo número de cantadoras como Etelvina Maldonado, Petrona Martínez, Dilia Rosa Cassiani, Eustiquia Amaranto, La Yaya, La Telvo… algunas de ellas ya desaparecidas. Canciones de transmisión oral que han pervivido a través de generaciones y dinastías por la labor ejemplar de estas mujeres y otras que por su juventud no son reconocidas.

Violencia y narcotráfico son tópicos habitualmente asociados a Colombia y evidentemente en su música también se refleja. En un país donde los mexicanos Los Tigres del Norte, El Grupo Exterminador o Tucanes de Tijuana son auténticas celebridades, no es de extrañar que el fenómeno de los narcocorridos tenga su propia versión local. El responsable musical del movimiento es Alirio Castillo, que lleva década y media recopilando los temas de los más genuinos representantes del género.

Canciones que trascienden al narcotráfico para arremeter y comentar actuaciones de gobiernos, guerrillas, militares, paramilitares, congresistas, jueces y legisladores. Como sus homónimos mexicanos cualquier noticia de cierta trascendencia puede convertirse en canción para acabar en himno cuando una buena parte de la población la hace suya. Para autores e intérpretes no existe ningún acontecimiento que no pueda ser interpretado, aunque algunos de ellos hayan recibido amenazas y acusaciones de formar parte de algunas de las tramas existentes en el país. “El raspachín” es una de las canciones más conocidas, algunos la consideran el himno de los cultivadores de la hoja de coca, y forma parte de la banda sonora del documental La plata blanca, cuando la coca es algo más que una droga de José L. Sánchez Hachero. Muchas de estas canciones pueden considerarse de ida y vuelta. Entonadas primeramente por agricultores y campesinos antes de popularizarse a través de grabaciones, para volver plastificadas o radiadas a su lugar originario.

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