“27 de septiembre” un 9 de octubre en el Ateneo de Madrid

No es normal acudir un sábado por la mañana al cine, bueno, a ver una película. Hace años que no lo hacía. He asistido al Ateneo de Madrid a ver “27 de septiembre” un documental de Adolfo Dufour; no lo conocía y la ignorancia hay que reconocerla.

Es un documental donde se muestra la lucha de Flor Baena por recuperar y resarcir a su hermano, el militante del FRAP Xosé Humberto Baena, uno de los últimos fusilados por el General Franco. Fue un 27 de septiembre de 1975 que marcó muchas vidas, supongo que la mía también. No lo supongo, lo afirmo.

Acababa de aprobar el bachillerato y la inaguantable reválida. Formaba parte de una familia cristiana, no católica, que me educaba con todas las carencias y penurias de la época en una serie de valores, donde el respeto y la tolerancia prevalecían. Era lo lógico, durante años lo pasaron bastante mal por no procesar la fe oficial. Poco tiempo después descubrí que la persecución no sólo era religiosa, también política, mejor dicho sindical.

La muerte está presente en toda la película, normal al basarse en un asesinato de estado fruto de un proceso sinsentido, sin razón ni legalidad, pero con la lógica de un poder que quiso seguir mostrando el arma que mejor lo definía y amparó durante años: la muerte. Era su manera de decir adiós, de acabar como comenzó, salpicado por la sangre y el crimen en que se basaba la autoridad de sus armas. Poderío consentido por los estados llamados democráticos, que nos ha supuesto un atraso de años, especialmente en valores, comportamientos y sentimientos. Quizás sea preciso volver a leer los escritos sobre la guerra de Manuel Azaña.

En mitad de la proyección recibo un sms: “ha muerto el padre de JL”, es el contenido del breve texto. Parece que era algo previsible desde hace tiempo. Lo contrario que mi madre. Hoy hace quince días nos dejaba. Con los años que tenía sería lo normal, pero al no tener ninguna muestra de flaqueza o enfermedad externa, nada más que las normales a su edad, nos pilló a todos un poco por sorpresa.

Nuestra relación nunca fue excelente, nos pasamos media vida discutiendo. Pero era una madre, mi madre. Como ya han dicho y escrito otros, las madres no son mujeres, son madres. En los últimos tiempos, en las pocas ocasiones que caminamos juntos, conocí cosas que hasta entonces ignoraba. Me percaté de que mi madre era una mujer. Sabía que había sufrido y padecido, pero que también había vivido. Descubrí que se casó, a principios de los cincuenta, embarazada de cinco meses. Cuando indagué sobre ello, su única respuesta fue “¿tú cómo crees que ha sido?”.

Siempre tuvo mal carácter. Quiero pensar que buena parte de ello fue la consecuencia de una adolescencia que la obligó a habitar en Aranda de Duero junto a los fascistas italianos. Sufrir la muerte de mi abuelo, su padre, en la cárcel cuyo único delito fue haber sido elegido concejal socialista en su pueblo natal y de conocer el fusilamiento de uno de sus tíos por la fechoría de ser miembro del Partido Comunista. Aquella infancia marca a cualquiera y más cuando después de todo ello hay que soportar toda clase de penurias, calamidades e insuficiencias que grabaron la España de los cuarenta. Parecen muy lejanos, quizás lo estén, pero de vez en cuando hay que recordarlo. Sólo la enfermedad nos debe hacer prescindir de la memoria.

De Tánger guardaba sus mejores recuerdos, quizás porque era un espacio de libertad inexistente en la Península. Allí se casó y tuvo su primer hijo, y un segundo que murió a los tres meses. Hoy cuando en parte de nuestra sociedad hay una arabofobia importante, casi nadie recuerda que un segmento de nuestra emigración, quizás la más humilde, política y sindical, pero también económica, tuvo que expatriarse al Magreb para poder sobrevivir. Por eso cuando escucho palabras como las pronunciadas el pasado jueves en Madrid “ser valientes para expulsar a los musulmanes”, siento repulsa y descrédito por las personas que las pronunciaron y las jalearon, cuyos nombres no merecen ser mencionados en este texto.

Apena ver las pocas respuestas habidas ante esas manifestaciones. Quiero pensar que es fruto de un estado que no se atreve a dar a conocer la realidad de nuestra historia reciente, ocultándola con silencios que hacen mucho daño, provocan demasiado dolor y traen consigo una muestra de debilidad institucional que permiten que afirmaciones como las comentadas puedan pronunciarse sin rubor, consecuencia, ni responsabilidad. Tampoco ha habido comentarios ante la anunciada presencia en el mencionado acto de una persona que ha ocupado un puesto de relevancia política en la Comunidad de Madrid, aunque parece ser que la misma no acudió, galardonada por la misma institución con la Medalla de Oro al Mérito Ciudadano.

Personas como Adolfo Dufour pelean desde sus trincheras de libertad para que la verdad progrese. No es tiempo de revanchas pero sí de honestidad y sinceridad. Mientras esto no ocurra, este país, que es el nuestro, nunca será libre. Tendremos un destino lleno de parajes sombríos, dolores interminables, injusticias injustificables, manteniéndose ocultos muchos de los mejores sentimientos y emociones de personas, amigos y familiares que creyeron en la fuerza de las ideas, pagando por ello. Sólo desean que se reconozca que nadie debe sufrir ningún tipo de maltrato por la defensa de unas convicciones que buscan el bien de la mayoría, persiguiendo que se repare la memoria de los que lucharon por ello.

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

Antonio Machado

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