"La cultura invisible es la cultura viva" por @hfouce

Hace unos días me invitaron a participar en un debate, en la Universidad Complutense, sobre "Insurgentes o complacientes. La escena del rock en Madrid a la sombra del 15M". La invitación corrió a cargo de Héctor Fouce, que resumió de la siguiente manera aquella conversación


En una reciente reunión de una comisión de expertos en cultura, todos progresistas, la mayoría rondando los 60 años, se escuchó repetidamente el mismo lamento: la cultura está mal. Y no se referían simplemente a sus malas condiciones materiales (subida del IVA, escasa facturación) sino, sobre todo, a que “no está pasando nada en el mundo de la creación”. Pocos días después, Pablo Gil publicaba un artículo en El Mundo en el que analizaba la efervescencia de los grupos de música underground en Madrid: muchas bandas, nuevas discográficas, público creciente… pero escasa atención mediática e institucional. Cuando en la referida reunión algunos planteamos la existencia de este underground y la necesidad de hacerle hueco en nuestros informes, el muy maduro director nos dejó claro que “nosotros nos estamos para hablar de estas cosas”.

En resumen, existe una cultura dinámica, independiente, ligada a los barrios, impulsada por gente entusiasta que ha dejado de lado los lamentos para ponerse a trabajar, pero demasiada gente no lo sabe y otra no quiere saberlo. En las jornadas Conectando escenas, organizadas por el departamento de Musicología de la Complutense el 5 de marzo, discutimos este problema entre el sociólogo Fernán del Val, el gestor cultural Rubén Caravaca y yo mismo. Empezamos analizando qué pasa en la música de Madrid y terminamos diseñando un programa político que revierta la situación. ¡En solo una hora! La buena noticia es que nuestro programa no inventa nada: ya está en marcha de la mano de las iniciativas municipalistas que en menos de tres meses aspiran a cambiar la situación de arriba abajo.

Ya lo denunció Víctor Lenore en su agitador panfleto Indies, hípsters ygafapastas (Capitán Swing, 2014) los medios de comunicación ignoran la realidad de la cultura porque es demasiado real, porque no se ajusta a su visión programática de lo que el mundo debería ser. Camela o Juan Magán pueden llenar pabellones y vender miles de discos, pero no interesa mostrar esa realidad. La cultura no es eso, la cultura son los libros que reseñan los suplementos culturales, los autores entrevistados, los eventos de resonancia mediática. Producción cultural generada en un viejo paradigma, generado en un marco social masculino y vertical (que casualidad, no había mujeres en la comisión de estudios). Las iniciativas surgidas en un marco novedoso, impregnado de valores femeninos como la colaboración y la horizontalidad, se perciben como un desafío a las viejas jerarquías. Los medios se esfuerzan en negar la emergencia de toda fuerza que discuta su hegemonía.

¿Qué esperar de las instituciones? Bien poco en una ciudad como Madrid  que lanzó a bombo y platillo un Plan de Cultura que se iba a discutir de formaabierta y del que nunca más se supo. Una ciudad traumatizada por la connivencia entre las malas prácticas de gestión y la actividad criminal que tuvo como consecuencia las dolorosas muertes de inocentes en el Madrid Arena. Una ciudad en la que la cultura sirve sólo para atraer turistas pero no para vertebrar barrios. Una ciudad, en suma, en la que las innumerables equipaciones culturales están infrautilizadas o entregadas a los intereses de empresas privadas, en la que las programaciones se hacen sin tener en cuenta las necesidades, deseos y aspiraciones de la ciudadanía y en la que se ignora el conocimiento y capacidad de cientos de organizaciones que podrían estar vertebrando actividades culturales de proximidad.  Si las instituciones ignoran a la cultura, la cultura ha ignorado a las instituciones, ha sorteado las restricciones legales y ha desafiado los límites para crea nuevos espacios y actividades. Madrid se mueve aunque sus instituciones estén fosilizadas.

Los viejos tiempos no van a volver. La época en la que un músico exitoso se ganaba la vida gracias a un extenuante verano de galas bien pagadas es un vestigio de otros tiempos. Lo que necesitan un música es la posibilidad, espacios y garantías para trabajar: los Stranglers presumían de trabajar 210 días al año, tocando en cualquier sitio, un día un estadio, mañana un pub. A la espera de que un cambio político sea capaz de crea un nuevo marco normativo que dé respuestas a las peculiaridades de este mundo (como la falta de productividad ligado a los momentos de creación de un disco o una novela), toca buscarse la vida. La banda de Aranjuez Rufus T.Firefly llenaba la Sala Caracol tras autopublicar su disco y gestionar por si mismos los conciertos y su comunicación. Freedonia es capaz de colocar una canción autoproducida en un anuncio de El Corte Inglés, ganando de paso acceso a sus vitrinas (y generando un interesante problema de gestión de derechos, ya que SGAE recauda de esos anuncios aunque haya una licencia Creative Commons). Como han hecho ellos, necesitamos buscar nuevos modelos de producción, gestión y comunicación de la música; Latinoamérica puede ser una gran escuela. Se trata, en resumen, de generar nuevas formas de trabajar desde el mundo de la música que permitan que la vitalidad real de la cultura llegue a toda la ciudadanía e inunde las calles de la ciudad.

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